Dicen, ahora dicen, que debo dejar marchar. Que debo cerrar puertas y ventanas, soltar las cuerdas del globo, y no se qué historias de un bosque y la hierba mojada y tu en una silla en medio de un claro mirándome a los ojos. Que debo decir adiós y perdonar no sé muy bien qué y perdonarme algo a mi también.
No fueron suficientes las náuseas y las mil agujas. Parece ser que ahora debo dejar ir.
Así que en ese dejar ir irá de nuevo otro blog, este blog, a vagar como basura espacial en el ciberespacio.
No creo que haga otro. No de momento.
No tengo ni ganas, ni fuerzas, ni francamente, mucho que decir.
Me hubiese encantado gestionar las historias de otra manera. Me hubiese encantado escribir desde la capa externa de esa cebolla a la que todos hacen mención, pero no. Tenía (tiene) que salir todo del estómago, desde lo más profundo. He vomitado aquí tantas veces... así que parece que el desgaste emocional ha sido demasiado, que estos años he abierto cicatrices una y otra vez y que ahora tienen bastante mala pinta. Que ya nadie me asegura que podamos hacerlas desaparecer.
Todo esto sucede en los días de abandono de las drogas y en la semana de conocer las agujas. Podría parecer que no es el mejor momento pero ha de ser, dicen, ha de ser así.
Estoy muerta de miedo.
Y hace frío y llueve.
Y te quiero.