26 de agosto de 2014

Quién te manda...

El otro día me perdí en los ojos de una mujer. Y yo no quería, de verdad. No quería. Apenas me había fijado en ella y no me resultaba especialmente cómoda su compañía, para qué nos vamos a engañar. Me interesaba más bien poco. O nada.
Pero el destino me obligó, maldita sea, a mirarla a los ojos... y eso fue una auténtica putada. No sabéis cuanto. La primera vez sólo cruzamos la mirada. Un cruce de esos estúpidos, casi por cortesía. Un cruce. Sin más. El lío se montó cuando se repitió al menos otras cinco veces. Yo la miraba, y ella bajaba la cabeza. En alguna ocasión me pareció ver que se sonrojaba. Le resultaba incómodo, sin duda. Se lo estaba haciendo pasar francamente mal.
Entonces empecé a fijarme un poco más en ella. Miré la forma de sus labios y cómo los extremos de sus ojos miraban hacia el suelo. Como ella. Y ese color. Extraño, único (tiempo después me explicaría que por exótico, la acomplejaba una y otra vez.). La pupila enorme y sus pestañas. Qué pestañas, amigo... infinitas.
Cada vez esos cruces me resultaban más interesantes, así que comencé a mantener mis ojos en los suyos un poco más, y un poco más, y un poco más... Y allí estaba ella, sonrojándose como una niña. Se ponía cada vez más nerviosa y creo (no, estoy seguro) que en más de una ocasión estuvo a punto de echarse a llorar.
Yo por mi parte pasé por todas las fases. Al principio, como os decía, era básicamente indiferencia. Después me convertí en el rey del mambo, controlaba la situación y disfrutaba observándola. Aquella mujer lo estaba pasando realmente mal, la estaba poniendo nerviosa, me odiaba y quería llorar. Pero se mantenía firme, mientras su pecho subía y bajaba por la respiración acelerada, se acariciaba el pelo, unía las manos y se cogía por los hombros mientras intentaba no cruzar sus ojos con los míos. 
Ahí comencé a quererla. Al final fue ella la que unilateralmente decidió que no nos miraríamos más. Y no puedo, no quiero no ver ese color extraño, único, todos los días. 
Coincidimos de vez en cuando, pero nunca más me ha dejado echarme a dormir en sus ojos.

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